miércoles, 20 de mayo de 2020

Es la séptima vez que salimos a caminar...



Es la séptima vez que salimos a caminar. No hemos sido constantes. Tres días una semana, tres días otra, el primero de esta. Es difícil volver a empezar. I. lleva un rosario en su mano, yo recojo flores, hojas, musgos. Caminamos en silencio para escuchar a esta ciudad que nos alberga en medio de la pandemia. Los primeros mangos, las flores moradas de los apamates, el autobús dejando a la gente en la parada, los rostros enmarcados con las máscaras de la inclusión. Sigo recogiendo seres desprendidos de sus cuerpos.

Volvemos a casa, otra reunión (virtual), cuántos días invierto en esto. De algunas salgo esperanzada, de otras quedo tan abrumada que debo darme un baño de agua fría. A veces me baño tres o cuatro veces. Agua corriente, agua almacenada en tobos, depende. Hoy en la mañana noté que en uno de los envases había decenas de larvas, lo vacié, las larvas se contorsionaban alteradas antes de desaparecer por la alcantarilla.
En la reunión dicen que lo primero es salvar vidas. Que la Iglesia se ha convertido en un hospital de campaña. Nos observamos unos a otros dentro de las ventanas. Agradecemos esta extraña cercanía digital. En algún momento aparecen niños en las ventanas de las mujeres, uno mira fijo hacia la cámara, otro hala a la madre para preguntarle.
Miro los únicos libros que escogí en la mudanza espontánea a esta casa: los diarios de Anaïs Nim y Virginia Woolf; algunos poemarios de Antonia Palacios, Patricia Guzmán, Anna Ajmátova, Deisa Tremarías, Indira Carpio, Rainer María Rilke; las historias Mujeres de Maíz, Me llamo Rigoberta Menchú, Yo soy napëyoma; algunos de teoría literaria y otros con artículos de análisis socio-político. Los apilo y cuento: 17. Me ayuda mirarlos para volver al principio, a esa consciencia del presente que me empujó a escoger estas compañías, “¿qué libros te quieres llevar?, luego volvemos por el resto”. Pequeña biblioteca que acoge como hermanos a los libros que ya vivían aquí.
En este tiempo de silencios es preciso preguntarse. ¿Dónde estamos navegando esta tempestad? ¿Qué hilos tejen nuestra inconformidad esperanzada? ¿Dónde echamos las redes? A veces me asombro. Somos guardianas de nuestros fuegos.


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