domingo, 13 de septiembre de 2020

Primer recuerdo consciente

 


La niña transita por el salón de clases de su madre como una chispa. Se detiene en los rincones temáticos, juega. Le gusta uno que huele a madera: tiene una camita, un armario, un mueble, un teléfono con una rueda para girar los números. Todo grande, todo de verdad. Ella prefiere el salón de su madre. A sus tres o cuatro años, presiente lo frágil del vínculo. La otra maestra de preescolar puede esperar, luego tendrá todo el tiempo para calmar el llanto y esa angustia muscular que te pasma cuando las madres se van.  

La niña se sienta en las escaleras del patio del colegio. Los demás niños se han ido a sus casas. La lentitud de la tarde la atraviesa, siente el calor que se cuela por una de las nubes, las piedritas del concreto debajo de su braga de jean, el azul del cuadro inmenso de Simón Bolívar que la asusta, el piano brillante en uno de los pasillos. Pero lo que más le gusta, a la niña, es contemplar la puerta del salón de su madre desde allí, desde las alturas de esas gradas felices.

La madre llama a la niña. Ella va corriendo hasta el salón. Sobre el escritorio las dos viandas repletas de pasta verde con carne molida, queso rallado, tajadas de plátano frito, salsa de tomate y mayonesa. Abre la boca. Recuerda que la comida la prepararon en casa de la abuela. Saborea, mastica, traga. Qué rica es la pasta de espinaca. El aroma del almuerzo se mezcla con los olores fundantes de la plastilina, la pega, la tiza, los creyones de cera y el papel lustrillo. Los olores de su madre.

La niña corre a su rincón de cuarto de ensueño mientras la madre termina de corregir los trabajos de sus estudiantes. La niña barre el salón, borra la pizarra, sacude la tiza. Marca un número en la rueda del teléfono con una curiosidad exhaustivamente feliz. ¿A quién llama la niña? La madre la mira, sonríe, “mi pedacito de cielo”. Asomada como está, en el abismo del pasado, puede ver la posibilidad de paz, como una chispa plantada en el primer humus de la memoria.

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Hoy me vuelvo a sumergir en el olor de este primer recuerdo consciente escrito para #LosDictados aquel 18 de agosto. Recuerdo a mi querida @indiracarpio diciéndome: “Atreverse a respirar ahí donde duele”.  El olor de mi madre.

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