La
ruta para celebrar mis 30 fue una travesía bendecida por Dios. Ese 29 de agosto
transcurrió en una caminata de casi nueve horas (ida y vuelta) hacia la laguna
más grande de los Andes venezolanos, la laguna de Santo Cristo, ubicada en el
Parque Nacional Sierra Nevada, Mérida. Para acceder a este lugar llegamos hasta
Gavidia (3350 msnm) y seguimos hasta el Alto de Santo Cristo (4200 msnm), en un
recorrido de arbustos y frailejones. Las personas que conocimos hicieron más
mágica esta fecha, sin duda un día para agradecer el don de la vida
Vamos, venimos, damos, recibimos, estamos y huimos. Contar historias es el principal objetivo de este blog. La finalidad: Estar. [Rostros, crónicas de viaje, poesía]
sábado, 1 de octubre de 2016
Mis 30 entre las montañas
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jueves, 15 de septiembre de 2016
Conversaciones de vagón: Minería en Venezuela
—En
youtube hay bastantes videos sobre eso, así no tienes que leer tanto— me dice
un hombre moreno de unos treinta y tantos años, que está sentado a mi lado. Lleva
una gorra con unos lentes encima, jean, y camisa de color claro.
—Lo
que pasa es que en este libro tengo más datos de los que puedo encontrar en
youtube.
(Pequeño silencio)
—¿Pero
usted qué sabe del tema, me puede contar?- le pregunto.
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lunes, 12 de septiembre de 2016
Ruta #19: El huerto orgánico de Liborio
Un pino muy particular llama la atención de Haidy. Es el podocarpus oleifolius, un pino endémico de la zona de Los Andes. Sus hojas, más grandes que las del pino normal, se muestran anchas y abundantes. Es un árbol pequeño. Al final del corto sendero de tierra aparece una piedra montada sobre una tubería de concreto. Si nos quedamos detenidos ante esta especie de monumento y le ponemos un poco de imaginación aparecerá la silueta de una madre que sostiene en brazos a su hijo, una mujer indígena tallada de piedra, un tributo al origen, que fue hallado debajo de la tierra.
Abajo, entre los cultivos está Liborio agachado, cortando unas lechugas para una familia que vino a comprar. Una nube de mariposas blancas se mueve zigzagueante sobre toda la siembra. Pareciera que danzaran al son del viento, primero juntas, luego dispersas,
como cientos de luces que se difunden por el espacio. Liborio levanta la mirada y saluda a Haidy y a Ludo, que ya han venido antes: "Den un paseito mientras me desocupo y los atiendo", dice el hombre mientras se voltea y ahora, frente a la mata de cambur, comienza a cortar un racimo con una especie de cuchilla que el mismo hizo . Termina su faena, la de este preciso instante, y se acerca a nosotros: "Ahora si, mucho gusto", saluda extendiendo la mano llena de tierra y en el acto Carlos Ignacio y yo nos presentamos.
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martes, 2 de agosto de 2016
Detrás de la puerta de Medatia
Detrás de la puerta de Medatia aún se guardan los recuerdos de una de las etapas más bonitas de mi vida: el teatro. Por eso cuando fui a San Rafael de Mucuchíes en diciembre no pude dejar de tomarme una foto en este hermoso lugar ubicado justo al frente de la Capilla de Piedras de Juan Félix Sánchez. Quise entrar pero Luz Marina estaba lejos, haciendo una cola de tiempo indefinido para conseguir el gas. Así que Ignacio Murga me tomó una foto afuera para recordar: la primera vez que hice bollitos para veinte de personas y se me pegaron todos, la primera vez que me bañé con agua que parecía cubos de hielo, la primera vez que para hacer número dos todo el mundo se enteraba porque el llavero tenía un palo negro gigante, la primera vez que entre un montón de gente destapamos un baño con Kool-Aid o cuanta cosa encontramos, la primera vez que tejí la mitad de una bufanda, la primera vez que comí pastelitos de trucha, la primera vez que me acosté en una calzada (pasando frío) para ver la lluvia de estrellas fugaces que corren por el cielo del páramo, la primera vez que comí arepas andinas y suero, la primera vez que escuché “venga y tómese un calentaito profesora”, la primera vez que pinté una reja de azul cobalto, la primera vez que me celebraron un cumpleaños en Mérida, la primera vez que me inventaron una canción (Minerviiitaaaa), la primera vez que estuve frente a una laguna, la primera vez que pedí una cola, la primera vez que nombré Mitivivó, El Vergel, Apartaderos, La Toma, Mucuchíes, Gavidia…, la primera vez que monté obras de teatro junto a nuestros queridos niños del páramo, la primera vez que sentí que tenía una segunda familia… Y otras tantas primeras veces que aun guardo en mi corazón. Tantos agostos que pasamos metidos entre teatro, frailejones y magia. Sin duda, ayer inició el mejor mes del año.
San Rafael de Mucuchíes, Mérida. Venezuela.
2 de agosto de 2016
jueves, 28 de julio de 2016
Conversaciones de vagón: Bombita
—Si no tuviera metas ya me hubiese amarrado unas bombas y me los hubiese llevado a toditos— dice un joven en el vagón del metro y varios de los usuarios sueltan una carcajada— Ya la barba la tengo. Este gobierno es lo único que he visto en mis 24 años. Una casa y un carro es algo normal que la gente debería tener. Hay chamos que tienen mi edad y ya tienen cuatro o cinco muchachitos. ¿Qué pueden hacer? Salir a robar. Por eso hay tantos malandros. Es por necesidad, porque la plata no te da.
El muchacho termina su monólogo y se baja en una de las estaciones.
—Ahorita la gente dice lo que siente en cualquier lado. Es lo único que queda— murmura una señora.
El muchacho termina su monólogo y se baja en una de las estaciones.
—Ahorita la gente dice lo que siente en cualquier lado. Es lo único que queda— murmura una señora.
miércoles, 13 de julio de 2016
Conversaciones de vagón: Flor sin retoño
—Señor, ¿cuántos años tiene usted?—pregunta una mujer.
—A que no adivina cuántos tengo. 105. ¿Usted ha escuchado Flor sin retoño?
En el acto comienza a cantar.
Sembré una flor
sin interés.
Yo la sembré
para ver si era
formal.
A los tres días que la
dejé de regar
al volver ya estaba
seca y ya no quiso retoñar...
—Mi papá fabricó 58 hijos y yo soy el único varón. Y a todos nos tocó trabajar... Flor sin retoño…
Yo la regaba con agua
que cae del cielo.
Y la regaba con lágrimas
de mis ojos.
Mis amigos me dijeron
ya no rieges esa flor.
Esa flor ya no retoña,
tiene muerto el
corazón.
Esa flor ya no retoña,
tiene muerto el
corazón.
—Esa canción la
cantaba… Pedro… Pedro…— intenta recordar.
Altamira.
—¿Llegamos?
El hombre moreno, de pocas canas y pocas arrugas, se levanta
vestido con su saco azul, toma su bastón con una mano, lo apoya en el suelo, y con la otra mano se agarra del tubo. Y en
ese preciso instante vino a mi memoria mi abuelo con su radiecito gris,
cantando Flor sin retoño… Yo si me acuerdo de eso señor.
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