Voy nadando en las pisadas de mi abuela. A
veces me hundo en mi mundo abisal, pero como tengo miedo de tocar fondo braceo
con fuerza y salgo a la superficie. No sé para qué lo hago, porque cuando el
sol me da en la cara, respiro y no veo la orilla de arena extendida, me siento
perdida. El mar se ha vuelto tan profundo. Lejanas las tierras de otros continentes.
La gente me abruma. La calle me amarga. Las
causas me lanzan a callejones sin salida. “Cuando el sistema fracasó
(históricamente), a nadie se le ocurrió pensar que esto fuera así por el solo
hecho de estar compuesto por seres humanos incompletos, por seres que habían
cesado en la lucha por su desarrollo individual”, leo en los diarios de Anaïs
Nin.
En las noches me sumerjo, nuevamente, ahora en
las profundidades oníricas, tan sabias, que me asusto y me despierto. Huyo de
nuevo. Ya son once meses forcejeando abuela y estoy cansada. Cuando me dictas
lo que debo escribir me (te) siento viva. Mientras tanto no dejo de extrañarte.
Para llegar hasta mis (tus) memorias debo hundirme, apartar las algas,
atravesar corales y quedarme sola en la oscuridad. Transcurrir con las
corrientes frías para sentirte y justo ahí, cuando el dolor se aloja en mi
pecho, la desesperación me recorre y me quedo sin aire, miro tu cara. Tienes
los ojos abiertos. Le retribuyo al mar con lágrimas hechas de su misma agua,
salina. Sola ahogándome me encuentro viendo los pedazos sedimentados en el
fondo.
Estoy varada en este sitio oscuro a solas con
mi escritura. Sumida en la inercia. No sé por dónde empezar. Me desespero, qué
es esto, hacia dónde va, pero no puedo parar de hacerlo. Me azoto. Soy experta
en ello.
Navego entre un yo político y un yo poético. Una
voz sabia me dice que no tengo que elegir, que puedo ser todas, híbrida,
anfibia, médium, amazonas, hetera, madre, virgen, puta, todos los géneros en mis
dedos. He cruzado el límite (ahora no te asustes)
“Tenemos libro”, me dice Liza. Apuesto y paro a
mi primer hijo. Qué espléndido nombrarlo. En días tan oscuros voy con los ojos
abiertos y un cocuyo encendido en el pecho. Quiero tocar lo próximo y lo
lejano. Voy contando comienzos.
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