miércoles, 23 de septiembre de 2015

Guayabo de una montañista

Nunca me han gustado los parques de diversiones. Las atracciones me parecen máquinas de torturas y simplemente les tengo pavor. Me he montado, si, solo por masoquista. A otra cosa que siempre le he tenido pánico es a las máquinas de resonancia magnética. Sobre todo por la claustrofobia que pueden generar. No en vano a más de uno lo tienen que sedar para meterlo en esa especie de túnel del tiempo. Bien, a principios de mes me tocó a mí y lo primero que pregunté fue si me meterían completa. Afortunadamente quedé libre de los hombros para arriba. Pero eso solo me calmó unos segundos, porque cuando aquella cosa comenzó a hacer esos ruidos galácticos toda la tensión se acumuló en mis manos que sujetaban un dispositivo que debía presionar si me sucedía algo. Definitivamente tampoco podría ir a la Luna. No entiendo cómo te dicen que no te muevas si el cuarto es un congelador. Fueron ocho minutos en los que solo pensaba en dos palabras que alguien unió para mí: desgarre, meniscos. Transcurrieron algunos días y los resultados de la resonancia indicaron otro diagnóstico y aprendí dos palabras más: condromalacia patelar.
Hoy cumplo un mes sin pisar la montaña y el guayabo no es normal, porque estar lesionado es:

·        Voltear a ver el Pico Oriental cada vez que bajas de tu casa para saber si sigue ahí nublado, despejado o radiante.

·        Desesperarse porque las escaleras mecánicas del metro están full de gente que camina muy lento (excusa perfecta para subir caminando, como siempre, por las otras escaleras y terminar adolorido, nuevamente)

·        Esperar que caiga la mínima llovizna (excusa) para correr nuevamente porque “no te quieres mojar” o peor (para el entendimiento del resto de la humanidad), porque simplemente disfrutas hacerlo bajo la lluvia.

·        Correr (nuevamente) si te mandan a buscar alguna cosa porque “siempre vas rápido a todas partes”.

Muchas de estas cosas me han hecho reflexionar sobre cuán paciente puedes ser en momentos como este. No lo soy. Ya empezaron las sesiones de fisioterapia y no dejo de pensar en un amanecer en la montaña, una ruta a algún pico, o un paseo a alguno de los museos, fortines o lugares históricos que mi cerro esconde entre su espeso verdor; para contárselos y así activarlos a que sigan adentrándose en las entrañas del Ávila. Mientras me recupero suban la montaña por mí.

 

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